Juegos de poder
Por Roberto Ortiz
La política internacional pocas veces se juega en los márgenes visibles de las urnas. El tablero suele moverse en las sombras, en las narrativas digitales, en la desinformación cuidadosamente sembrada y en la diplomacia que mezcla sonrisas con advertencias veladas. Hoy, Honduras se encuentra en ese cruce de caminos: la reciente solicitud del embajador ruso para participar como observador en las elecciones genera un debate más profundo que la mera formalidad diplomática.
El guion ya escrito en otras latitudes No es un secreto que Rusia ha sido señalada, en múltiples informes y medios internacionales, de intervenir en procesos electorales en diversas regiones del mundo. El caso paradigmático es Estados Unidos en 2016, cuando redes de trolls, campañas de desinformación y filtraciones de correos electrónicos buscaron socavar la confianza pública. En Europa, países como Moldavia, Rumanía y Bélgica han denunciado intentos similares: narrativas que siembran duda sobre la integridad del voto,
mensajes que polarizan y plataformas digitales inundadas de cuentas falsas.
En América Latina, los ejemplos también abundan. En México (2018) hubo advertencias sobre campañas de desinformación; en Colombia (2022) se denunciaron operaciones digitales que amplificaban discursos afines a candidatos específicos; y en Argentina, en 2025, las autoridades investigaron una red de influencia vinculada a intereses rusos. En todos los casos, más allá de si lograron alterar los resultados, el patrón es claro: sembrar desconfianza, dividir a las sociedades y restar legitimidad a la democracia.
¿Por qué Honduras?
Honduras es hoy un escenario estratégico. En un contexto de polarización política, denuncias de fraude y descontento ciudadano, la sola idea de un actor externo con historial de injerencia despierta alertas. No se trata solo de la presencia física de observadores rusos en centros de votación, sino de la posibilidad de que ese rol diplomático se convierta en una plataforma para legitimar narrativas de fraude o desestabilización, dependiendo del resultado electoral.
Además, la región centroamericana es un corredor geopolítico en disputa. China, Rusia y Estados Unidos buscan espacios de influencia en infraestructura, energía y política interna. En este contexto, la democracia hondureña corre el riesgo de convertirse en moneda de cambio en un juego mayor.
La amenaza invisible
Lo más peligroso no es lo visible —un observador en una mesa electoral— sino lo invisible: -Campañas digitales que pueden amplificar mensajes de caos o de fraude antes, durante y después de la jornada. – Plataformas de medios alternativos que reproducen narrativas internacionales adaptadas al contexto hondureño. – Estrategias de confusión que hacen que la ciudadanía dude del valor de su voto.
El objetivo no siempre es cambiar al ganador, sino lograr que los perdedores sientan que fueron robados y que los ganadores no logren gobernar con legitimidad.
Una advertencia oportuna
Que Rusia exprese interés en observar las elecciones hondureñas debe ser leído con lupa crítica. No significa rechazar toda cooperación internacional, pero sí comprender que no todos los actores juegan con las mismas reglas ni buscan los mismos fines. Para Honduras, la prioridad debe ser fortalecer sus propios mecanismos de observación nacional e internacional, con instituciones y actores reconocidos por su independencia, evitando abrir puertas a quienes puedan tener agendas ocultas.
En un país donde la democracia ya camina sobre hielo delgado, permitir que actores externos conviertan la elección en un capítulo más de sus “juegos de poder” es un riesgo demasiado alto. RO/hondudiario